lunes, 19 de marzo de 2007

Asumiendo la soledad

Supongamos un caso extremo: el de una persona que haya sido abandonada abrupta y sorpresivamente por su pareja. Es natural que quede sumida en la soledad y el agobio; si intenta negarlo, lo más seguro es que caiga en el escapismo. Probablemente buscará aturdirse, ya sea en la búsqueda compulsiva de nuevos amores, de amistades indiscriminadas o de paseos sin ton ni son. Quizás encuentre un fugaz consuelo, aunque esos sustitutos serán de corto alcance y no la ayudarán a salir de la depresión.
La otra posibilidad es que se hunda en la angustia y que todo se le vuelva sombrío y sin salida. En estos casos, esas personas pierden la autoestima, se sienten despreciadas y creen que el amor quedó vedado para ellas definitivamente, que nadie las volverá a querer. ¡Hasta tienen miedo de enamorarse por temor a sufrir otra decepción! Han sufrido una pérdida y han quedado bloqueadas, fijadas a la experiencia dolorosa.
Pero el momento de inflexión existe, y es allí cuando surge la posibilidad de un cambio. Cumplida la etapa de duelo y una vez que esa persona ha podido asumir y elaborar las frustraciones sin tratar de negarlas o de encerrarse en un caparazón falsamente protector, recobrará fuerzas, volverá a energizarse, y buscará la luz. No borrará al pasado, pues el pasado no se puede borrar ni es saludable querer hacerlo, pero lo dejará atrás y no le impedirá mirar hacia delante, proyectarse en el amor y en la alegría de vivir.

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